"El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer"

(E. Sábato, 2001)

miércoles, 21 de diciembre de 2011

NAVIDAD 2011


De una Navidad más que pasa, o de lo que nos vuelve a pasar en cada Navidad

Nacho (Diciembre 2011)


De las tres cosas fundamentales se me acercan en estas vísperas de Navidad a mi experiencia y a mi corazón. ¿Y por qué no tomarlas como excusas, o como “palabras llamadas”  para compartir-nos lo que vamos sintiendo y tomando como “valioso” en este tiempo que social y culturalmente despierta sensibilidades especiales?
La Navidad y un Nuevo Año, abracemos o no una religión, reconozcamos o no nuestra experiencia de espiritualidad, nos invita a mirar-nos, recordar-nos, encontrar-nos, reunir-nos, regalar-nos. Suele traer-nos también el tiempo de hacer balances, hacer evaluaciones, sentir lo que hemos gozado y lo que hemos transpirado para empujar nuestro trabajo, nuestros esfuerzos, nuestros sueños…
La profundidad que moviliza este tiempo nos invita también a contemplar lo que hemos vivido y lo que viene por vivir. Llamado existencial que nos confronta una y otra vez, como seres sintientes y de conciencia, a aceptar la vida que no controlamos y al mismo tiempo a despertar la fuerza de la voluntad y la libertad de conseguir aquello que creemos valioso y genuino para la vida personal y de otros seres.
La Navidad - más allá de, o ayudados por las intenciones de aquellos varones y mujeres que interpretaron como condensación de creencias y sentidos literarios, y nos transmitieron la experiencia cristiana del Nacimiento de un Niño - nos confronta con la experiencia de Nacer, Re-nacer, Volver a Nacer, de una Promesa, de un Desafío, de una Realización, de una Buena Nueva, de un Milagro.
 “No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy le ha nacido un Salvador…” (Lc. 2, 1-14) ¿Qué significado puede tener esta maravilla de la existencia humana tanto en el nacimiento de un nuevo Maestro que nació, o en un nuevo niño que nace, o en nuestra capacidad de nacer en cada instante? Un nacimiento que es “…portador de una esperanza de comienzo radical, de la posibilidad de una invención que renueve por completo nuestros horizontes. Hay que honrar, en el ser que llega, la oportunidad que se nos ofrece de no encerrarnos en nuestro pasado sino, por el contario, ser superados de veras. Hay que saludar, en el ser que llega, sea donde sea que llegue, como un posible salvador, como una especie de Navidad en cotidiano, como un signo de que todavía puede advenir todo y realizarse por fin lo mejor”. (Meirieu, 1998).
Vuelvo a las tres cosas que me llegan en este tiempo y las comparto para vivir la Navidad. Atención, Ecuanimidad y Compasión. La sabiduría budista nos convoca a vivir estos grandes valores en la difícil búsqueda del equilibrio de la autorrealización y la realización en comunión con los demás humanos y seres sintientes  de nuestra Gaia. Un desafiante llamado a desplegar nuestra capacidad de atender lo que pasa y nos pasa dentro y fuera de nuestro marco de conciencia. A comprender que somos parte de un todo, y que estamos llamados a no reaccionar y totalizar nuestras sensaciones, pensamientos y emociones. Una apasionante oportunidad una y otra vez, de elegir el camino del medio que nos permita hacer la experiencia del a-mor. Ese espacio autocentrado en uno y abierto a otros donde “no hay muerte, por lo tanto, hay vida, realización, construcción, crecimiento, relación” (Jaume Patuel, 2011). Por eso Jesús dice, que lo fundamental también son tres cosas “Amar a Dios, amar al prójimo y amarse a uno mismo” (Mt. 22, 34-40) Concentrarnos, según Jesús, en las entrañas de nuestras heridas, nuestra libertad, y nuestras posibilidades siempre abiertas. Allí reside toda la sabiduría para vivir en plenitud y trascender a nuestra propia voluntad parcial haciendo experiencia de Comunión-Amor con nosotros mismos, con los demás y con el Sentido de la Vida.
Por último, a tres cosas nos convoca otro maestro contemporáneo, Leonardo Boff (2011) sensible y abierto al} la experiencia actual de la humanidad. Tres dimensiones es necesario integrar, nos dice, en el camino serio de la autorrealización:
1. La primera es la dimensión de sombra. Cada cual posee su lado autocentrado, arrogante, y otras limitaciones que no nos ennoblecen. Esta dimensión no es un defecto sino un signo de nuestra condición humana. Acoger tal sombra, y cuidar de que sus efectos negativos no alcancen a los demás, nos hace humildes, comprensivos con las sombras ajenas y nos permite una experiencia humana más completa e integrada.
2. La segunda dimensión es la relación con los otros, abierta, sincera y hecha de intercambios enriquecedores. Somos seres de relación. No hay ninguna autorrealización si se cortan los lazos con los demás.
3. La tercera dimensión consiste en alimentar un cierto nivel de espiritualidad. Lo importante es abrirse al capital humano/espiritual que, al contrario del capital material, es ilimitado y hecho de valores como la verdad, la justicia, la solidaridad y el amor. En esta dimensión surge la pregunta inaplazable: ¿Qué sentido tiene al final mi vida y todo el universo? ¿Qué puedo esperar?
Otra vez, y para terminar, tres cosas para abrir-nos a qué nos puede volver a pasar en una Nueva Navidad:

"DE TODO, QUEDARON TRES COSAS"

la certeza de que estaba siempre comenzando,
la certeza de que había que seguir
y la certeza de que sería interrumpido
antes de terminar.

Hacer de la interrupción un camino nuevo,
hacer de la caída, un paso de danza,
del miedo, una escalera,
del sueño, un puente, de la búsqueda,...un encuentro

FERNANDO PESSOA

lunes, 4 de julio de 2011

UN CUENTO QUE NOS TOCA A TOD@S EN EL ALMA... TE INVITO A TOMARTE UN RATITO Y SABOREARLO...
¿Dónde están las monedas?
El cuento de nuestros Padres
Joan Garriga

En una noche cualquiera, una persona, de la que no sabemos si es un hombre o una mujer, tuvo un sueño.
Es un sueño que todos tenemos alguna vez. Esta persona soñó que en sus manos recibía unas cuantas monedas de sus padres. No sabemos si eran muchas o pocas, si eran miles, cientos, una docena o aún menos. Tampoco sabemos de qué metal estaban hechas, si eran de oro, plata, bronce, hierro o quizá de barro.
Mientras soñaba que sus padres le entregaban estas monedas, sintió espontáneamente una sensación de calor en su pecho. Quedó invadida por un alborozo sereno y alegre. Estaba contenta, se llenó de ternura y durmió plácidamente el resto de la noche.
Cuando despertó a la mañana siguiente, la sensación de placidez y satisfacción persistía. Entonces, decidió caminar hacia la casa de sus padres. Y, cuando llegó, mirándolos a los ojos, les dijo:
— «Esta noche habéis venido en sueños y me habéis dado unas cuantas monedas en mis manos. No recuerdo si eran muchas o pocas. Tampoco sé de qué metal estaban hechas, si eran monedas de un metal precioso o no. Pero no importa, porque me siento plena y contenta. Y vengo a deciros gracias, son suficientes, son las monedas que necesito y las que merezco. Así que las tomo con gusto porque vienen de vosotros. Con ellas seré capaz de recorrer mi propio camino.»
Al oír esto, los padres, que como todos los padres se engrandecen a través del reconocimiento de sus hijos, se sintieron aún más grandes y generosos. En su interior sintieron que aún podían seguir dando a su hijo, porque la capacidad de recibir amplifica la grandeza y el deseo de dar. Así, dijeron: — Ya que eres tan buen hijo puedes quedarte con todas las monedas, puesto que te pertenecen. Puedes gastarlas como quieras y no es necesario que nos las devuelvas. Son tu legado, único y personal. Son para ti.
Entonces este hijo se sintió también grande y pleno. Se percibió completo y rico y pudo dejar en paz la casa de sus padres. A medida que se alejaba, sus pies se apoyaban firmes sobre la tierra y andaba con fuerza. Su cuerpo también estaba bien asentado en la tierra y ante sus ojos se abría un camino claro y un horizonte esperanzador.
Mientras recorría el camino de la vida, encontró distintas personas con las que caminaba lado a lado. Se acompañaban durante un trecho, a veces más largo o más corto, otras veces estaban con él durante toda la vida. Eran sus socios, sus amigos, parejas, vecinos, compañeros, colaboradores e incluso sus adversarios. En general, el camino resultaba sereno, gozoso, en sintonía con su espíritu y su naturaleza personal. Tampoco estaba exento de los pesares naturales que la vida impone. Era el camino de su vida.
De vez en cuando esta persona volvía la vista atrás hacia sus padres y recordaba con gratitud las monedas recibidas. Y cuando observaba el transcurso de su vida, miraba a sus hijos o recordaba todo lo conseguido en el ámbito personal, familiar, profesional, social o espiritual, aparecía la imagen de sus padres y se daba cuenta de que todo aquello había sido posible gracias a lo recibido de ellos y que con su éxito y logros les honraba. Se decía a sí mismo: «No hay mejor fertilizante que los propios orígenes», y entonces su pecho volvía a llenarse con la misma sensación expansiva que le había embargado la noche que soñó que recibía las monedas.
Sin embargo, en otra noche cualquiera, otra persona tuvo el mismo sueño, ya que tarde o temprano todos llegamos a tener este sueño.
Venían sus padres y en sus manos le entregaban unas cuantas monedas. En este caso tampoco sabemos si eran muchas o pocas, si eran miles, unos cientos, una docena o aún menos. No sabemos de qué metal estaban hechas, si de oro, plata, bronce, hierro o quizás de barro...
Al soñar que recibía en sus manos las monedas de sus padres sintió espontáneamente un pellizco de incomodidad. La persona quedó invadida por una agria inquietud, por una sensación de tormento en el pecho y un lacerante malestar. Durmió llena de agitación lo que quedaba de la noche mientras se revolvía encrespada entre las sábanas.
Al despertar, aún agitada, sentía un fastidio que parecía enfado y enojo, pero que también tenía algo de queja y resentimiento. Quizá lo que más reinaba en ella era la confusión y su cara era el rostro del sufrimiento y de la disconformidad. Llena de furia y con un ligero tinte de vergüenza, decidió caminar hacia la casa de sus padres.
Al llegar allí, mirándolos de soslayo les dijo:
- «Esta noche habéis venido en sueño y me habéis dado unas cuantas monedas. No sé si eran muchas o pocas. Tampoco sé de qué material estaban hechas, si eran de un metal precioso o no. No importa, porque me siento vacía, lastimada y herida. Vengo a decirles que vuestras monedas no son buenas ni suficientes. No son las monedas que necesito ni son las que merezco ni las que me corresponden. Así que no las quiero y no las tomo, aunque procedan de ustedes y me lleguen a través vuestro. Con ellas mi camino sería demasiado pesado o demasiado triste de recorrer y no lograría ir lejos. Andaré sin vuestras monedas.»
Y los padres que, como todos los padres, empequeñecen y sufren cuando no tienen el reconocimiento de sus hijos, aún se hicieron más pequeños. Se retiraron, disminuidos y tristes, al interior de la casa. Con desazón y congoja comprendieron que todavía podían dar menos a este hijo porque ante la dificultad para tomar y recibir, la grandeza y el deseo de dar se hacen pequeñas y languidecen. Guardaron silencio, confiando en que, con el paso del tiempo y la sabiduría que trae consigo la vida, quizá se pudieran llegar a enderezar los rumbos fallidos del hijo.
Es extraño lo que ocurrió a continuación. Después de haber pronunciado estas palabras ante los padres en respuesta a su sueño, este hijo se sintió impetuosamente fuerte, más fuerte que nunca. Se trataba de una fuerza extraordinaria. Se había encarnado en él la fuerza feroz, empecinada y hercúlea que surge de la oposición a los hechos y a las personas. No era una fuerza genuina y auténtica como la que resulta del asentimiento a los hechos y que está en consonancia con los avatares de la vida, pero la fuerza era intensa.
Sin ninguna serenidad interior, aquella persona abandonó la casa de los padres diciéndose a sí misma:
- Nunca más.
Impetuosamente fuerte, pero también vacía, huérfana y necesitada, aún queriéndolo y deseándolo, no lograba alcanzar la paz.
A medida que la persona se alejaba de la casa de sus padres sentía que sus pies se elevaban unos centímetros por encima de la tierra y que su cuerpo, un tanto flotante, no podía caerse por su propio peso real. Pero lo más relevante ocurría en sus ojos: los abría de una manera tan particular que parecía que miraba siempre lo mismo, un horizonte fijo y estático.
La persona desarrolló una sensibilidad especial. Así, cuando encontraba a alguien a lo largo de su camino, sobre todo si era del sexo opuesto, esta sensibilidad le hacía contemplarlo con una enorme esperanza, la que, sin darse cuenta le llevaba a preguntarse:
- ¿Será esta persona la que tiene la monedas que merezco, necesito y me corresponden, las monedas que no tomé de mis padres porque no supieron dármelas de la manera justa y conveniente? ¿Será esta la persona que tiene aquello que merezco?
Si la respuesta que se daba a si misma era afirmativa, resultaba fantástico. A esto, algunos lo denominan enamoramiento. En esos momentos sentía que todo era maravilloso. No obstante, cuando el enamoramiento acababa convirtiéndose en una relación y la relación duraba lo suficiente, la persona generalmente descubría que el otro no tenía lo que le faltaba, aquellas monedas que no había tomado de sus padres.
- ¡Qué pena!, se decía y se quejaba amargamente de su mala suerte, culpando al destino de ello.
A esto lo llaman desengaño y esta persona se sentía sometida a un tormento emocional que tomaba la forma de desesperación, desazón, crisis, turbulencia, enfado, frustración...
Por suerte, o no, en este momento podía estar esperando a un hijo y la desazón se volvía más dulce y esperanzadora, más atemperada. Entonces la pregunta volvía a su inconsciente:
- «¿Será este hijo que espero, tan bienamado, quien tiene las monedas que merezco, que necesito y que me corresponden y que no tomé de mis padres porque no supieron dármelas de la manera justa y conveniente? ¿Será este ser el que tiene aquello que merezco?»
Cuando se contestaba de nuevo que sí, era maravilloso, formidable y empezaba a sentir un vínculo especial con ese hijo, un vínculo asombroso, muy estrecho, lleno de expectativas y anhelos.
Pero si pasa el tiempo suficiente la mayoría de los hijos desean tener una vida propia y saben que tienen propósitos de vida propios e independientes de sus padres. Entonces, aunque aman a sus padres y desean hacer lo mejor para ellos, la presión de tener vida propia resulta exigente, imperiosa y tan arrolladora como la sexualidad.
Así es como, de nuevo, esta persona comprende un día que tampoco su hijo tiene las monedas que necesita, merece y le corresponden. Sintiéndose más vacía, huérfana y desorientada que nunca entra en crisis y desesperación. Enferma. Ahora tiene entre 40 y 50 años, la fase media de la vida. Ahora ningún argumento la sostiene ya, ninguna razón la calma. Es su "cata-crac" y grita:
- ¡A Y U D A!
¡Hay tanta urgencia en su tono de voz! ¡Su rostro está tan desencajado! Nada la calma, nada puede sostenerla.
Y... ¿qué hace? Va al terapeuta.
El terapeuta la recibe pronto, la mira profunda y pausadamente y le dice:
- Yo no tengo las monedas.
Hay dos clases de terapeutas: los que piensan que tienen las monedas y los que saben que no las tienen.
El terapeuta ha visto en sus ojos que sigue buscando las monedas en el lugar equivocado y que le encantaría equivocarse de nuevo. El terapeuta sabe que las personas quieren cambiar, pero les cuesta dar su brazo a torcer, no tanto por dignidad sino por tozudez y costumbre.
Él piensa: "Amo y respeto mejor a mis pacientes cuando puedo hacerlo con sus padres y con su realidad tal como es. Los ayudo cuando soy amigo de las monedas que les tocan, sean las que sean."
El terapeuta añade: "Yo no tengo las monedas pero sé dónde están y podemos trabajar juntos para que también tú descubras dónde están, cómo ir hacia ellas y tomarlas."
Entonces el terapeuta trabaja con la persona y le enseña que durante muchos años ha tenido un problema de visión, un problema óptico, un problema de perspectiva. Ha tenido dificultades para ver claramente. Sólo se trata de eso.
El terapeuta le ayuda a reenfocar y a modular su mirada, a percibir la realidad de otra manera, desde una perspectiva más clara, más centrada y más abierta a los propósitos de la vida. Una manera menos dependiente de los deseos personales del pequeño yo que trata de gobernarnos.
Un día, mientras espera a su paciente, el terapeuta piensa que está listo y que debe decirle, por fin y claramente, dónde están las monedas. Y este mismo día, como por arte de birlibirloque, llega el paciente. Tiene otro color de piel, las facciones de su rostro se han suavizado y comparte su descubrimiento:
- Sé dónde están las monedas. Siguen con mis padres.
Primero solloza, luego llora abiertamente. Después surge el alivio, la paz y la sensación de calor en el pecho. ¡Por fin!
Durante el trabajo terapéutico ha atravesado las purulencias de sus heridas, ha madurado en su proceso emocional y ha reenfocado su visión. Ahora se dirige de nuevo, como lo hizo hace tantos años atrás a la casa de sus padres.
Los mira a los ojos y les dice:
- «Vengo a deciros que estos últimos diez, veinte o treinta años de mi vida he tenido un problema de visión, un asunto óptico. No veía claramente y lo siento. Ahora puedo ver y vengo a deciros que aquellas monedas que recibí de vosotros en sueños son las mejores monedas posibles para mí. Son suficientes y son las monedas que me corresponden. Son las monedas que merezco y las adecuadas para que pueda seguir. Vengo a daros las gracias. Las tomo con gusto porque vienen de vosotros y con ellas puedo seguir andando mi propio camino.»
Ahora los padres, que como todos los padres se engrandecen a través del reconocimiento de sus hijos, vuelven a florecer y el amor y la generosidad fluyen de nuevo con facilidad. Así el hijo ahora es plenamente hijo, porque puede tomar y recibir.
Los padres le miran sonrientes, con ternura y contestan:
- «Ya que eres tan buen hijo puedes quedarte con todas las monedas, puesto que te pertenecen. Puedes gastarlas como quieras y no es necesario que nos las devuelvas. Son tu legado, único, propio y personal, para ti. Puedes tener una vida plena.»
Ahora este hijo se siente grande y pleno. Se percibe completo y rico y puede, por fin, dejar la casa de los padres con paz. A medida que se aleja siente sus pies firmes pisando el suelo con fuerza, su cuerpo también está asentado en la tierra y sus ojos miran hacia un camino claro y un horizonte esperanzador.
Resulta extraño: ha perdido esa fuerza impetuosa que se nutría del resentimiento, del victimismo o del exceso de conformidad. Ahora tiene una fuerza simple y tranquila, una fuerza natural.
Recorriendo el camino de su vida encontraba con frecuencia otras personas con las que caminaba lado a lado como acompañantes durante un trecho, a veces largo, a veces corto, a veces durante toda la vida. Socios, amigos, parejas, vecinos, compañeros, colaboradores, incluso adversarios. En general se trataba de un camino sereno, gozoso, en sintonía con su espíritu y con su naturaleza personal. Tampoco estaba exento de los pesares naturales que la vida impone. Era el camino de su vida.
Un día se acercó a la persona de la que se enamoró pensando que tenía las monedas y también le dijo:
- «Durante mucho tiempo he tenido un problema de visión y ahora que veo claro te digo: Lo siento, fue demasiado lo que esperé. Fueron demasiadas expectativas y sé que esto fue una carga demasiado grande para ti y ahora lo asumo. Me doy cuenta y te libero. Así el amor que nos tuvimos puede seguir fluyendo. Gracias. Ahora tengo mis propias monedas
Otro día va a sus hijos y les dice:
- «Podéis tomar todas las monedas de mi, porque yo soy una persona rica y completa ahora que he tomado las mías de mis padres.» Entonces los hijos se tranquilizan y se hacen pequeños respecto a él y están libres para seguir su propio camino tomando sus propias monedas.
Al final de su largo camino se sienta y mira aún más allá. Hace un repaso de la vida vivida, de lo amado y de lo sufrido, de lo construido y de lo maltrecho. A todo y a todos logra darles un buen lugar en su alma. Los acoge con dulzura y piensa:
- «Todo tiene su momento en el vivir: el momento de llegar, el momento de permanecer y el momento de partir. Una mitad de la vida es para subir la montaña y gritar a los cuatro vientos: ‘Existo’. Y la otra mitad es para el descenso hacia la luminosa nada, donde todo es desprenderse, alegrarse y celebrar. La vida tiene sus asuntos y sus ritmos sin dejar de ser el sueño que soñamos.»

martes, 7 de junio de 2011

Espero lo puedan disfrutar tanto varones y mujeres de nuestro tiempo...

“(…) Sentimos un profundo amor, respeto
y un sentimiento creciente
de adoración por los dones de lo femenino…”

miércoles, 4 de mayo de 2011

Si estás atravesando una crisis... 
Si estás disfrutando un momento pleno que lo fuiste regando en el tiempo...
Si estás acompañando a otr@s en un acto educativo o terapéutico... 
Si estás acompañando a alguien en el camino de su vida en cualquier vínculo...
Me lo compartieron y lo comparto...

"Bambú Japonés"

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se impacienta frente a la semilla sembrada, halándola con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, por favor!

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad,
no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que, un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.


Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡mas de 30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad,
este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces
que le permitirían sostener el crecimiento, que iba a tener después de siete años.


Sin embargo, en la vida cotidiana,
muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas y triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.


De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones
estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo.

Y esto puede ser extremadamente frustrante.

En esos momentos (que todos tenemos), recordar el ciclo de maduración del bambú japonés y aceptar que "en tanto no bajemos los brazos" ni abandonemos por no "ver" el resultado que esperamos, sí está sucediendo algo, dentro nuestro…

Estamos creciendo, madurando.
Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente
creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito
cuando éste al fin se materialice.

Si no consigues lo que anhelas, no desesperes...
quizá sólo estés echando raíces...



jueves, 21 de abril de 2011

Me lo compartieron y lo comparto...
Una interesante reflexión en estos días para todas las creencias más allá del cristianismo...
Se recomienda toda la lectura, si es muy largo, el subrayado final es mío y sirve de síntesis-conclusión


LA CRUZ NO NOS SALVA


El título puede sonar escandaloso a oídos de muchos cristianos, más en estos días en que alzamos la cruz para cantar al Hermano Herido. Hace ya dos mil años que dura el grave malentendido, y son demasiados los que aún lo sostienen, pero hoy es insostenible. No es la cruz la que salva, sino aquello de lo que nos hemos de salvar.

En realidad, el equívoco es muy anterior al cristianismo. En infinidad de excavaciones arqueológicas de África, Asia, América y Europa se encuentran restos de cruces de hace ocho mil años. De México a Perú y de China a Babilonia, la cruz fue utilizada como símbolo de vida.

Muchos representaron al dios sol en forma de cruz: así hicieron los egipcios con Osiris (que es, además, el dios de la muerte y de la resurrección), y los acadios, asirios y babilonios con Shamash.

Desde Europa hasta la India, todos los pueblos arios utilizaron también la cruz gamada como símbolo del sol más o menos divinizado. Odín cuelga de un árbol. El árbol tiene forma de cruz. El árbol vive del sol. La cruz es el árbol, es el sol, es la Vida en las cuatro direcciones del cosmos.

Si la pobre humanidad, desde la noche de los tiempos en que aprendió a guardar el fuego –fuego del sol o del rayo– e incluso a encenderlo cruzando y frotando dos palos de árbol, si la pobre humanidad hubiera guardado el Fuego y cuidado la Vida, también nosotros podríamos seguir venerando la cruz como el signo más sagrado, el signo de la Vida. Pero la pobre humanidad, para su gran desgracia, hizo de la cruz un instrumento de muerte.

Cuando esta especie humana que llamamos dos veces Sapiens dominó la tierra, construyó ciudades, ordenó el poder y organizó religiones, entonces taló un árbol e inventó la cruz para matar al enemigo condenado como culpable. Babilonios, persas y egipcios, griegos, cartagineses y romanos convirtieron el signo de la vida en el más cruel instrumento de tortura y de muerte para esclavos, sediciosos y prisioneros enemigos. 

Y llamaron Dios al Poder, e hicieron de Él el Gran Legislador, el Supremo Garante del orden del más poderoso, siempre injusto. Y dijeron: “Dios castiga al culpable”, pero era simplemente para poder ellos castigar con la conciencia tranquila.

Nadie explicó nunca por qué Dios exige expiación, ni quién gana qué con que el culpable expíe. Eso hicimos de Dios, ¡pobre Dios! Más bien, ¡pobres nosotros!, pues ese Dios no existe, mientras que nosotros sí existimos y seguimos crucificándonos. ¡Maldita cruz!

Miles de años más tarde, un viernes de abril, crucificaron a Jesús, uno más de tantos. El Sanedrín de los sacerdotes le acusó de querer destruir el Templo. El Pretorio romano le condenó por amenazar el orden imperial.

El Sanedrín tenía razón según la ley vigente en la religión del templo, y el Pretorio tenía también razón según la ley del Imperio. Pero ambas leyes eran la misma, y ambas eran perversas. Eran la ley del poder y del orden, de la culpa y del castigo. No eran la ley de Dios, la santa ley de la bondad y de la vida.

De modo que Jesús fue crucificado contra la voluntad de Dios, que solo puede querer que vivamos y hace salir el sol sobre buenos y malos.

Pero los cristianos entendieron muy pronto la cruz de Jesús de acuerdo a las viejas categorías de la religión del templo: la culpa y el castigo, el sacrificio y el perdón.

Eso sí, los cristianos, con Pablo al frente, dieron la vuelta al argumento y dijeron:
“Dios exigía que alguien expiara todos los pecados, pero ha sido el Justo quien ha expiado en lugar de los pecadores. Era necesario que alguien cargara con las culpas, pero ha sido el Crucificado quien ha cargado con todas nuestras culpas”.

Los cristianos olvidaron la historia del Sanedrín y de Pilato, y comprendieron la cruz, en clave cultual, como un sacrificio de expiación. Dieron la vuelta al argumento, pero mantuvieron el viejo marco de la culpa, la pena y la expiación.

Y llegaron a decir que, en realidad, fue Dios el que crucificó a Jesús. ¿Quién puede creer hoy en un Dios que exige expiar culpas, a veces al propio culpable, a veces al inocente en lugar del culpable? Ese dios sería un monstruo terrible, y la verdadera piedad empezaría por combatirlo.

Pero tales monstruos hemos creado, y les hemos consagrado templos, doctrinas y sistemas penitenciales, un siniestro edificio que descansa sobre un dogma erigido en una especie de principio metafísico de carácter absoluto: “Toda culpa debe ser expiada”.

Una religión de la expiación universal, en la que lo más importante ni siquiera es que aquel que ha hecho daño a alguien lo repare y trate de curarle, sino que pague, que sufra, que se pudra en la cárcel, que se muera (se oyen gritos de multitudes). Terrible religión, y terrible sociedad, la que así grita.

No es esa la religión de Jesús. El principio absoluto de Jesús es otro, absolutamente distinto: “Toda herida debe ser curada”.

A Jesús no le importó el pecado (¿qué es el pecado?), sino el sufrimiento: la gente que sufría y la gente que hacía sufrir. No le importó la culpa (¿qué es la culpa?), sino el daño: la gente herida, y la gente que hería, y todo el que hiere es porque está herido, y lo que necesita es sanación, no castigo.

En última instancia, ni siquiera le importó quién tenía la culpa, sino que alguien, cada uno en su lugar y a su manera, se hiciera responsable y dijera:

“Yo respondo. No quiero herir, quiero curar. Y también al que hiere quiero curarlo, porque también él está herido. Yo quiero hacer algo para que no haya daño. Y sé que eso es arriesgado, porque el poder es ciego y cruel, y está en todas partes aunque no es nadie. Pero yo lo haré”.

Eso hizo Jesús. Corrió el riesgo, y le crucificaron. Pero sus discípulas y discípulos no dejaron de amarle. Dijeron que estaba vivo. Tan ciertos estaban de que lo que Jesús había dicho y hecho era divino, la vida misma y la bondad misma que es inmortal como Dios.

Los cristianos le veneraron primero en figura de cordero, de buen pastor, de pez y de ancla. Y al cabo de trescientos años, empezaron a venerarle en figura de cruz. Y la cruz –el maldito instrumento de tortura y de muerte, impuesto por los poderosos a los sediciosos y profetas– volvió a convertirse en signo de la Vida, en árbol de vida, cargado de frutas y medicinas saludables.

Pero aún persiste el equívoco y hay que despejarlo. El Dios de la expiación nunca existió, y la religión de la expiación ha de ser borrada. El dolor no es lo que salva, sino aquello de lo que hemos de ser salvados. Y la salvación no consiste en ser absueltos de una culpa ni en expiarla, sino en ser curados de todas las heridas.

Eso es lo que quiso hacer Jesús. Pero en su vida y en su cruz, no es la cruz la que nos salva, sino la libertad arriesgada, la bondad solidaria, la proximidad sanadora. La suya y la de todos los hombres y mujeres buenas.  Benditos sean todos los crucificados, y malditas sean todas las cruces, también la de Jesús.

Es el Hermano Herido el que nos salva. Todas las hermanas y hermanos heridos por ser buenos nos salvan, a pesar de la cruz. Por supuesto, no sin la cruz. Pero ciertamente, no por la cruz.

José Arregi

viernes, 1 de abril de 2011

PARA L@S QUE SEGUIMOS APRENDIENDO COSAS EN LA VIDA (OSEA, TO@S)...
Y A TOD@S L@S PROFES Y ALUMN@S QUE APRENDEMOS Y ENSEÑAMOS, FELIZ CICLO LECTIVO 2011!!!

La Aventura del Proceso de Aprendizaje (Alejandro Dolina)


La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero. Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.
En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: "....haga el bachillerato en 6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, avívese de golpe en 5 días, alcance el doctorado en 10 minutos..... "
Quizá se supriman algunos... detalles. ¿Qué detalles? Desconfío. Yo he pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio secundario y 4 en la universidad. Y a pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas.
Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.
¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.
A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número. Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las "señoritas livianas", los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que no ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.
Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoyevsky, pero les parecen muy extensos sus libros.
Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio. Quieren el prestigio y la guíta que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.
Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa.
Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente.
Gane mucho "vento" sin esfuerzo ninguno.
No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable.
¡No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera!
El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuanto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. "Nunca termina uno de aprender" reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.
Los cursos que no se dictan: Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato, y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante. El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari. Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. "Olvide hoy, pague mañana". Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.
Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone. Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.
Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los "sistemas para enseñar lo que es bueno", "a respetar, quién es uno", etc.
Todos estos cursos comienzan con la frase "Yo te voy a enseñar" y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.
Elogio de la ignorancia: Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego. Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.
Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida.
De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.
Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.
"Aprenda a tocar la flauta en 100 años".
"Aprenda a vivir durante toda la vida".

"Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje" .

martes, 8 de marzo de 2011

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

 


El Día Internacional de la Mujer, originalmente llamado Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se celebra el día 8 de marzo y está reconocido por la Organización de las Naciones Unidas, ONU. En este día se conmemora la lucha de la mujer por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo integro como persona.
La historia más extendida sobre la conmemoración del 8 de marzo hace referencia a los hechos que sucedieron en esa fecha del año 1908, cuando murieron calcinadas 146 mujeres trabajadoras de la fábrica textil Cotton de Nueva York en un incendio provocado por las bombas incendiarías que les lanzaron ante la negativa de abandonar el encierro en el que protestaban por los bajos salarios y las infames condiciones de trabajo que padecían. También se reconoce como antecedente a las manifestaciones protagonizadas por obreras textiles el 8 de marzo de 1957, también en Nueva York.

“El planeta cambió. Negar esto, con todas sus consecuencias, sería cerrar los ojos. Es bueno que todo lo humano se enriquezca con la paradoja de la alteridad. Lo humano, el `hombre´ es varón y mujer. En ese sentido, la `liberación femenina´ tuvo su razón de ser y no fue una decisión arbitraria, sino un paso hacia adelante en el proceso de humanización. Representó un corolario de la comprensión de la igualdad de los seres humanos”

(Julio César Labaké, doctor en Psicología Social)


“El concepto de `liberación femenina´ como la igualdad de derechos y deberes con respecto al hombre parte de una visión donde el modelo/referente es el hombre. Tendríamos que pensarlo tendiendo en cuenta las características y los deseos propios de una mujer que quedó atrapada en esta concepción `masculinizada, motorizada por la era industrial. En ese momento, y aún ahora, influyó la necesidad de incluir en el mercado laboral mano de obra barata. Ahí aparece la `apertura´. De todas maneras, la liberación femenina permitió a las mujeres posicionarse mejor en las áreas que antes no podía alcanzar. No simplificó ni complicó sus vidas. Más bien, amplificó el campo de acción y ofreció más oportunidades. No existe la `liberación femenina´ perfecta, así que pensemos en `lo posible´. Hay que seguir reflexionando sobre esta representación masculinizada de la `mujer que trabaja´ o que es `exitosa´. (…) No creo que retornando a concepciones pasadas – ni idealizándolas – se solucionen los inevitables reajustes que la humanidad debe hacer en cuanto al lugar que ocupan el hombre y la mujer. No hay cambios sin conflictos. Estamos en una sociedad que no es la de la época victoriana; transitamos el posmodernismo. Con sus pros y sus contras”

(María Rosa Nodar, doctora en Psicología, titular de la Clínica de Adultos y Adultos Mayores, y titular de Psicología Educacional de la Fundación Barceló)

DEJEMOS HABLAR AL POETA…


martes, 1 de marzo de 2011

Promover y practicar el Bien Vivir, 
que no debe confundirse con el  vivir mejor
Vivir mejor suele ser la mayoría de las veces a costa del otro (explotación), vivir mejor que el otro (competitividad), desinteresarse de la suerte del otro (egoísmo e individualismo). El Bien Vivir es, sin embargo, vivir en comunidad, hermandad y sororidad, en armonía entre las personas y la naturaleza; compartir y no competir; alcanzar el equilibrio entre los seres humanos, entre éstos y la naturaleza, entre los hombres y las mujeres; vivir con creatividad y acción conjunta; recuperar la cultura de la vida en armonía y respetar a la Madre Tierra; respetar su capacidad de autorregulación de la vida y del planeta; volver al camino del equilibrio; en definitiva, volver a ser.
(Las religiones al servicio de la Tierra y la Humanidad - Juan José Tamayo, 05-Febrero-2011)
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“(…) Nuestra cultura ha evolucionado mucho y nos permite percibir la muerte con más agudeza y profundidad que antes. Los filósofos existencialistas han señalado de múltiples maneras cómo esta negación de la muerte desemboca en que nuestra vida resulta mucho menos vital y activa. Cuando nos asusta la muerte vivimos de manera extremadamente cautelosa y preocupada ante la posibilidad de que algo pueda sucedernos. Así que, cuanto más tememos a la muerte más tememos a la vida y, por tanto, menos vivimos.
(…) como nos han dicho repetidas veces los místicos de todos los rincones del mundo, la verdadera vida sólo se alcanza aceptando la muerte. Yo comenzaba entonces a buscar decisiones que surjan más del entusiasmo y la aventura y no del miedo, por lo tanto tenía que encontrar una teoría y práctica que me dieran la sensación de descubrimiento, emoción y crecimiento (…)
Dice Chuang Tzu: "El hombre perfecto emplea su mente como un espejo que a nada se aferra ni a nada se niega; todo lo recibe pero no conserva nada". Para los budistas las únicas causas de sufrimiento son el apego y el rechazo
 (El buen vivir o el buen morir - Dr. JORGE ALBERTO ROCCO Médico psiquiatra)
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“Nosotros, los pueblos indígenas, no queremos “vivir mejor”, sino queremos “vivir bien”, que es una propuesta para logar el equilibrio y a partir de ello construir una nueva sociedad”
(Declaración de los Pueblos Indígenas del mundo. Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático y Derechos de la Madre Tierra 26-04-10)

martes, 22 de febrero de 2011

“La experiencia es lo que nos pasa, o lo que nos acontece, o lo que nos llega. No lo que pasa, o lo que acontece o lo que llega (…) La experiencia, la posibilidad de que algo nos pase, o nos acontezca, o nos llegue, requiere un gesto de interrupción, un gesto que es casi imposible en los tiempos que corren: requiere pararse a pensar, pararse a mirar, pararse a escuchar, pensar más despacio, mirar más despacio y escuchar más despacio, pararse a sentir, sentir más despacio, demorarse en los detalles, suspender la opinión, suspender el juicio, suspender la voluntad, suspender el automatismo de la acción, cultivar la atención y la delicadeza, abrir los ojos y los oídos, charlar sobre lo que nos pasa, aprender la lentitud, escuchar a los demás, cultivar el arte del encuentro, callar mucho, tener paciencia, darse tiempo y espacio”. 
(Jorge Larrosa, “Experiencia y Pasión, 2003)

Comparto algo de mi experiencia…

SIEMPRE VUELVO A LA PUNA
(Enero 2011)

¡Qué imponente es el camino
hacia la Puna!
En los cerros, valles y quebradas
se reflejan el sol y la luna.

Los ojos se llenan de sus colores 
¡cuánta hermosura!
El alma se estremece
de nostalgia y ternura.

Adolescente me enamoraste,
Pachamama puneña
Admiración y heroísmo
me llamaron a tu escuela

Ni el viento seco, ni la altura
detuvieron aquella proeza
Era una tradición: “Argentinos,
marchemos juntos hacia la frontera”

ESTE ES EL ORIGEN
DE MI PASIÓN:
SANTA CATALINA, YAVI, CASIRA,
LA CRUZ, SAN FRANCISCO, CABRERÍA…
HISTORIA, IDENTIDAD Y VOCACIÓN

Y hoy vuelvo a Santa Catalina
¿me habré “encantado” en ese “peñón”?
¿O será que me “enamoraste”
en aquel “balcón”?

Leyendas, historias…
¿Qué se yo?
Lo cierto es que siempre
vuelvo a la Puna con emoción.

Olor a tola, vasijas, adobe
y niños corriendo el camión
En aquel entonces,
la pobreza me impactó

Pero hay algo que
muy grabado me quedó
Cultura kolla, milenaria riqueza:
pasado, presente y futuro en mi corazón.

lunes, 14 de febrero de 2011

DEJEMOS QUE ESCOJAN SUS PROPIAS ETIQUETAS...

Lo "normal" es que la persona que se construye frente a nosotros no se deje llevar, o incluso se nos oponga, a veces, simplemente para recordarnos que no es un objeto en construcción sino un sujeto que se construye" 

(Meirieu, Philippe, Frankenstein educador, 1998)



Procesos individuales - Grupos - Instituciones Educativas

lunes, 7 de febrero de 2011

ORACIÓN DE LA GESTALT

Yo soy Yo
Tú eres Tú.
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas.
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres Tú.
Yo soy Yo.
Si en algún momento o en algún punto nos encontramos
será maravilloso.
Si no, no puede remediarse.
Falto de amor a Mí mismo
cuando en el intento de complacerte me traiciono.
Falto de amor a Ti
cuando intento que seas como yo quiero
en vez de aceptarte como realmente eres.
Tú eres Tú y Yo soy Yo.

Fritz Perls

lunes, 31 de enero de 2011

UN POCO DE HUMOR PARA COMENZAR LA SEMANA...

Y después quieren que seamos cuerdos... no jodan…!!!!!!!!!!!

¡SI CON ESTOS NOS CRIAMOS!!!

martes, 25 de enero de 2011

EL PUÑO CERRADO (Nossrat Peseschkian)


Un mullah desea llevarle nueces a su esposa, pues le ha prometido cocinar fesenjan, una comida que se prepara con nueces. Anticipando el festín, el mullah hunde la mano en la vasija que contiene las nueces y toma tantas como caben en ella. Al pretender sacar el brazo de la vasija, le es imposible hacerlo por más que tire de él. De nada sirven sus lamentos e injurias. Tampoco logra retirar el brazo cuando su esposa toma el recipiente y tira de él con todas sus fuerzas. La mano sigue trabada en el cogote de la vasija.
Luego de innumerables intentos llaman a los vecinos. Todos se interesan vivamente por lo que sucede y uno de ellos se dirige al desesperado mullah y le dice: “Te ayudaré si haces exactamente lo que te pido”. “Lo haré de mil amores, con tal de que me liberes de esta maldición”. “Vuelve a meter la mano en la vasija”. Esto sorprende al mullah. ¿Por qué habría de meter el brazo en las profundidades de la vasija si quiere lograr precisamente lo opuesto? No obstante, hace lo que se le pide. El vecino prosigue: “Abre tu mano y deja caer las nueces” Esto disgusta al mullah, pues las quiere para su comida favorita. A regañadientes obedece las indicaciones de su salvador. Éste dice: “Ahora junta los dedos y sácala lentamente de la vasija”. He ahí que el mullah retira la mano con toda facilidad de la vasija. Pero no está totalmente satisfecho. “He logrado liberar mi mano, pero… ¿y las nueces?”. Entonces el vecino toma la vasija, la inclina y hace rodar fuera tantas nueces como quiere el mullah. Éste lo observa con gran sorpresa, mientras murmura: “¿Eres mago?”.