"El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer"

(E. Sábato, 2001)

miércoles, 22 de febrero de 2012

La figura confiable del cebador
Miguel Espeche

La vida tiene esas paradojas. En tiempos en los que se ningunea a la autoridad por deporte y todo aquel que tenga la función de liderar y ordenar algún espacio compartido corre el riesgo de ser acusado de cosas muy desagradables (autoritario, dictatorial, discriminador y otros adjetivos del estilo), una figura se mantiene incólume, impoluta, indiscutida y, más aún, confiable, en un panorama de respeto en el que no hay distingo de clases, de ideología o de nivel educativo. Esa figura, que atraviesa generaciones de argentinos sin que nadie ose interponerse en su camino, es la del cebador: aquel que gestiona y administra esa costumbre nacional que es la de tomar mate de manera compartida.
Digamos que hay mejores y peores cebadores. Existen, por ejemplo, quienes no logran servir el mate con la temperatura adecuada, por más pava eléctrica con termostato incluido que se haya inventado. Pero a la vez encontramos seres dotados que, con arte, logran que la yerba y el agua, en armonía con los adminículos que hacen a su consumo, alcancen un sabor y una textura de maravillas, que permite entender por qué la costumbre se ha arraigado tanto en regiones tan extensas de nuestro continente.
Sea bueno o no como tal, el cebador es un ser respetado en su función, aun cuando pueda ser percibido como execrable en lo personal. Mientras ceba, nadie tocará la yerba revolviendo la bombilla, nadie dictará otro ritmo de cebada ni se pondrá a hacerle piquete de ronda al que, con termo o pava, sirve una y otra vez el mate del caso.
Se aceptan sí comentarios respetuosos y prudentes sobre la temperatura del agua, la distribución de la yerba y cosas del estilo, pero no una intentona de desacreditar o, menos aún, "desbancar" al cebador de ese lugar mientras dure la reunión. Esa ronda empezará y terminará con el mismo cebador, no se dude de ello.
Una obviedad: ningún cebador se animará a demostrar exceso de preferencia por alguien en particular sirviéndole más mates que al resto frente a toda una ronda de prójimos. La enamorada podrá rozar sugestivamente la mano del joven merecedor de sus afanes, pero nunca le servirá más veces que a los otros participantes de la ronda.
Cabe reconocer la buena fe que en general existe en los habitantes de la ronda matera. Difícil es imaginar a alguno que sea capaz de mentir y decir que le toca a él, cuando no le toca, o, peor aún, quedarse con el mate para sí, expropiando un elemento que no sería de ninguna utilidad sin el agua que, a ojos vista, está en mano del cebador. Serían escenas de pesadilla que nunca se dan en la realidad ya que, sin duda, quedarse con el mate ajeno en plena ronda está dentro de las circunstancias sociales consideradas como abominables, aun en estos tiempos sin ley.
Algo que propicia la figura confiada y confiable del cebador es que todos saben que tendrán lo suyo en tiempo y forma, por lo que la espera no es desconfiada, ansiosa y vigilante, sino que es una espera amable, que permite que, con ese horizonte de tibieza por venir, se pueda conversar, reflexionar, estudiar, tener reuniones de gabinete, pavear y hasta reír, sin ese nerviosismo angustioso del que teme ser timado y herido en su buena fe. Podemos imaginar reuniones de los peores hampones o de los más santos, en las que las leyes del mate, administradas por el cebador y gozadas por todos, harán una liturgia común.
Incluso, si por algún avatar del destino ambos grupos se juntaran en una reunión matera, seguramente el cebador del caso, sea del grupo que sea, ofrecería el mate a todos los participantes siguiendo las mismas reglas y sin distingos, como corresponde.
Los ejemplos podrían seguir, pero sería forzar las cosas y la idea es ya entendida, sobre todo, porque muchos argentinos saben de mate y comprenden a qué nos estamos refiriendo.
No todos los países tienen el lujo de contar con una figura como la del cebador, tan prestigiada en lo que a autoridad respecta. Son pocas las naciones que saben del cumplimiento de reglas solidarias y del respeto a la autoridad cebadora como se sabe por la zona del Río de la Plata y sus alrededores.
Por eso, mientras haya yerba, habrá esperanza. El cebador estará allí, ordenando el juego con el mejor arbitrio posible mientras cumple con su función, respetando el espíritu del encuentro, sin el cual los reglamentos, las normas y las leyes pierden todo sentido y razón de ser, algo que lejos está de ocurrir cuando se pone el agua al fuego y se prepara mate, yerba y bombilla para una ceremonia fraterna que muestra la verdad más verdadera de lo que somos, aunque no nos demos cuenta.

© La Nacion
El autor es psicólogo, especialista en vínculos familiares. Su último libro es Criar sin miedo